Sindicato OTRAS, prostitución, trata, complejidad, dudas y mínimos

La noticia de que se había creado un sindicato de trabajadoras sexuales genera de inmediato un importante ruido mediático, ruido que no aporta ninguna claridad a un tema de por sí opaco y en el que intervienen diversos elementos que requerirían diferentes niveles de abordaje: las prostitutas, los clientes, los propietarios de los negocios, el estado y sus licencias, la marginalidad, la explotación, la voluntariedad/involuntariedad, la mercantilización de los cuerpos de las mujeres…

Una ministra disgustadísima, “el mayor disgusto de mi vida”, tomaba la televisión para asegurarnos que una aberración tal, no se podía consentir, que le habían colado un gol. Declaraciones que reflejan el grado de hipocresía con que abordamos determinados temas: postureo pensado en el precio/rentabilidad política, negar la menor para no tener que encarar la mayor, defensa de una pretendida moralidad impidiendo que la realidad aflore.
Está claro que nos enfrentamos a un problema complejo que no se soluciona ni con su prohibición ni, a la luz de lo que ocurre en países en los que ya se ha legalizado, con su regulación. Sin abordar un debate profundo sobre cómo nuestra sociedad patriarcal asegura sexo-mercancía a los hombres a costa del servicio-necesidad de las mujeres, sin un cambio radical en nuestra forma de entender la sexualidad y las relaciones entre iguales, no lograremos avanzar en soluciones bien cimentadas. Cuestiones endiabladamente complejas de resolver y que se deberán abordar pero que transcienden a los objetivos que se plantearon las personas que crearon OTRAS: mejorar sus condiciones laborales.
Por el contrario, existe una patronal absolutamente organizada de dueños de clubs de alterne, la Asociación Nacional de Empresarios Mesalina, registrada en la Dirección General de Trabajo en el año 2004. En estos clubes no hay trabajadoras, hay huéspedes y, por tanto, no se desarrolla trabajo sexual ni son necesarios derechos laborales. Lo que sí hay son licencias que otorga la administración, que no debe saber distinguir una clase de negocio de otro, pero sí sabe contar los millones y millones de euros que ese negocio genera. En este caso no hay goles. Tampoco soluciones.
El discurso del tema no puede tergiversarse mezclando cuestiones bien diferentes. De fondo está el problema de la mercantilización del cuerpo de la mujer, ante el que se mantienen posturas radicalmente distintas: abolición o regulación. Más unánime es la postura contra la trata y la involuntariedad del ejercicio de la prostitución, tema en el que están en juego derechos humanos básicos. Pero la creación de una organización de mujeres prostituidas en nada impide la defensa de esos derechos humanos básicos, la lucha contra la trata, ni los trabajos por la abolición o la regulación de la prostitución. No parece que la legalización de esa organización contribuya a la perpetuación de la prostitución, ni que su ilegalización vaya a contribuir a su desaparición.
Quizá, como en otras muchas ocasiones, tenemos claras las aspiraciones finales y a ellas nos aferramos para no abordar propuestas no fáciles para las situaciones intermedias, los entretantos esas aspiraciones no se materializan, que son los que en estos momentos nos requieren.
En cualquier caso, no aporta nada a este debate establecer relaciones entre la sindicación de mujeres prostituidas y la mercantilización del cuerpo de la mujer. Defender o denostar la creación de un sindicato no tiene que ver con nuestra postura ante la prostitución.
Lo cierto es que ese mundo ideal en que todas las personas sean libres, en que los cuerpos no sean objeto de comercio está lejos, muy lejos e igual lo que había que pensar es en qué propuestas o alternativas ofrecemos a las mujeres que van a seguir ejerciendo la prostitución. Y sobre todo, pensar con ellas, no solo sobre ellas.

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