Resultados electorales



Mas del artero engaño de los dioses… (LOS PERSAS. Esquilo)



Los dioses tientan a la izquierda, ofreciéndole el éxito para que se olvide de su ser de izquierdas; el éxito resulta ser un espejismo, pero de su búsqueda nos queda una izquierda inane.

Los resultados electorales, al parlamento grande, al foral y al ayuntamiento no pueden ser más desalentadores, si venía siendo un resultado exitoso lo que nos alentaba. De no ser así, si nuestro aliento estaba en otra cosa y a otra cosa se dirigía, los resultados electorales no desalientan, pero tampoco son indiferentes, reafirman la cruda realidad en la que nos encontramos y de la que no desencallamos.

En las elecciones de hace cuatro años los resultados fueron otros, mejores para la izquierda institucional y también para una izquierda no clásica, más próxima a lo social. Parecían abrir un horizonte propicio a la llegada de cambios desde lo institucional. Todo fue un espejismo, pese a alguna medida positiva, el cambio se quedó en recambio.

Luis Gómez Llorente, parlamentario del PSOE por Asturias en las elecciones de 1977, tiene un libro sobre la historia del PSOE, francamente lúcido, en el que dibuja con nitidez cómo su opción electoral a lo largo del S. XIX va configurando a ese partido, cómo el medio elegido exige sacrificios hasta acabar convirtiéndose en fin, modificando el discurso, las decisiones y el mismo funcionamiento del partido.

Y era en el S. XIX, en el que lo político tenía mucho mayor autonomía de decisión, y cuya realidad social tenía mucha mayor capacidad de embridar la política institucional y las opciones electorales.

Hoy, cuando el poder económico reduce lo político a gestión del mandato que emite, y cuando la fuerza de la sociedad está infinitamente más mermada en su capacidad de actuar de contrapeso, esa acción degradante de la opción electoral se ejerce a una velocidad muy superior. La participación institucional vía elecciones es una auténtica máquina trituradora.

Y no defiendo que haya que renunciar a la participación en la política institucional siempre y por principio, sí que en caso de optar por ella debe tomarse con mucha precaución y manteniéndola en un plano nunca prioritario y, aun con eso, estableciendo numerosos cortafuegos.

Además de sus no pocos riesgos se da otro efecto perverso en esa opción por la participación: el asalto a los cielos nos empuja a olvidarnos del suelo que pisamos. Los “éxitos” electorales de hace cuatro años restaron fuerzas y mermaron una ya muy pobre capacidad de intervención social.

Nuestra referencia absoluta es el conjunto de la sociedad, es lo que queremos trabajar, lo previo a cualquier posibilidad de cambio. No es que lo institucional no tenga en cuenta a esa sociedad, pero busca una forma de influencia, mediada por la prensa, y mucho más epidérmica, casi reducida a la intención de voto, algo que socialmente es muy insuficiente. Socialmente necesitamos influir sobre las convicciones y los comportamientos, tanto individuales como colectivos, para lo que debemos dotarnos de unos métodos de actuación distintos, mucho más directos, cercanos e incisivos, y con canales de ida y vuelta, sin dejar que se abra esa separación que se ha dado entre la sociedad y la política institucional y profesionales de la misma.

Todo eso cobra mayor relieve cuando nuestro mensaje hoy requiere alejarnos de lo agradable de oír y diferenciarlo de todos los mensajes que se difunden desde todos los centros emisores: progreso, competitividad, desarrollismo, productivismo, movimiento, aceleración… más, más, más. No queremos más sino mejor, recuperación de una cierta sensatez y de mayores cotas de igualdad (no solo al interior de nuestras sociedades), anteponiendo la calidad de vida al dejarnos atrapar en ese arrasador “más” que nos proponen. Es algo que no podemos imponer, pero que con nuestras formas de vida y comportamientos, haciendo de ellas actuación social y política, debemos convertir en propuesta y en invitación.

Nos falta mucho. Quizá estos resultados electorales puedan ser una oportunidad para la reflexión: para deslindar con nitidez los planos de lo institucional y de lo social, y para repensar la totalidad de nuestra actuación social.

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