LA CARA OCULTA DE … LOS SAN FERMINES.

Bueno, ya está, del 6 al 14 de julio cerramos el chiringuito, llegan los San Fermines y nos cogemos unos días de asueto, unos días para desconectar y romper la rutina diaria. Iruña vive todo el año esperando ese momento, para muchas personas mágico, en el que el cohete de fiestas surca el cielo de la ciudad. Cuando estalla la fiesta todos los malos momentos se olvidan, todo se vuelve de color rosa y, a disfrutar que son cuatro días. ¿Quién quiere que le recuerden que no todo es fiesta y cachondeo, que nuestros San Fermines también tienen su cara oculta? Esa cara oscura y cruel que no queremos ver para que no se nos agüe la fiesta.
Decenas de manteros ocupan las aceras con sus bultos y mercancías que imitan, copian y piratean a famosas marcas de ropa, perfumes, bolsos, música, DVD, una lista casi infinita de productos que comprarnos, y luego pavonearnos diciendo que somos un crack negociando el precio. Hemos visto como estas personas, los manteros, son perseguidas por la policía, denunciadas, detenidas… ¿Qué sabemos de sus vidas? ¿Han elegido esa forma de vida o les ha sido impuesta? ¿Por qué no tienen un trabajo normalizado, como el que tenemos nosotras? No sabemos el por qué, pero las despreciamos y nos parece hasta natural que se les requisen sus mercancías y acaben en comisaria.
 
¿Alguna vez nos hemos parado a pensar qué condiciones de trabajo tiene esa persona que al otro lado de la barra se esfuerza en servirnos la consumición?, siempre con una sonrisa en el rostro, siempre con la gota de sudor corriéndole la cara. ¿Qué tipo de contrato tiene, cuánto dura su jornada laboral, cuantas horas tiene para descansar y alimentarse? ¿También disfruta de los San Fermines?
 
Ya nadie se cuestiona el modelo de fiesta que se nos ha impuesto, las fiestas no son para el encuentro con la vecina, el familiar o los amigos. No se trata de que seamos las protagonistas de la fiesta, de que esta sea algo creativo y vivo. Se trata de que consumamos, adictos a esa nueva droga. Comprar y tirar. Consumimos, alcohol, espectáculos taurinos y musicales, modos de vida que son ajenos a lo que somos y podríamos ser. El consumismo ha conquistado hasta el último rincón de nuestra vida y lo celebramos sumergidos en el anonimato que nos procura la masa uniforme vestida de blanco y rojo.

Este modelo de fiesta en que todo se permite, es una llamada a la violencia contra las mujeres, la violencia de género, esa lacra que se ha enmascarado en tradición, en cultura. Porque nuestros mozos son buenas personas, son graciosos cuando echan un piropo, y a las mujeres nos vuelven locas sus peleas de machos, para quedarse con la chica que han elegido. Caca y más caca. No son caricias, son tocamientos, no son piropos, son insultos, son agresiones y violaciones que se quieren ocultar en nombre de la fiesta y de la buena convivencia. No es tan difícil de entender que ¡no es no! Qué decir de esa violencia silenciosa y oculta que se da en nuestros hogares. ¿Quién se preocupa de limpiar nuestra ropa, quién nos prepara las meriendas para que los mozos disfrutemos en la plaza de toros, quien se preocupa de que no se nos pase la hora de despertarnos para que veamos el encierro en la televisión? Tantas obligaciones sobre las espaldas de nuestras madres y compañeras... Ya vale de hipocresía, hay muchas formas de violencia y a nosotras nos sobran todas.

En esta orgía de absurdos solo faltaban los defensores de la tradición, esos señores y señoras de buen vestir y mejor pensar, también peñeros y peñeras, nuestra gente, que animan la fiesta y que a la tortura animal llaman cultura. Qué buen negocio para algunos, porque la sangre atrae al turismo, el morbo en directo es mejor que el televisivo.
 
¿Es que no es posible una fiesta sin causar dolor a los animales y a las personas? ¿No podemos hacer unas fiestas sin caer en el consumismo, sin explotar, desdeñar a las personas? Estoy deseando que llegue el día 15 y se acabe la fiesta del consumismo. Porque si otro mundo es posible también es posible otro modelo de fiesta, ajeno al despilfarro institucional y personal, donde todas las personas seamos iguales, y donde el disfrute sea comunitario, participativo y un canto al buen vivir.

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