La crisis de la que "hemos salido"


El cinco de diciembre, primer martes de mes, martes entre puentes, Martes al Sol, celebramos nuestra anual cena pobre. Las cosas van cambiando, y seguramente mucho, pero la pobreza y las desigualdades se mantienen y normalizan.

Todos los parámetros macroeconómicos están mejorando, indicando que estamos “saliendo de la crisis”. De la crisis salen las cotizaciones del IBEX, los beneficios de las grandes empresas y puede que una parte, la bien posicionada, de nuestra sociedad; pero esas mejoras afectan poco o nada a un sector amplio hundido en la pobreza y la exclusión, al contrario indican su carácter estructural, y se hace más indigna y denigrante en medio del Black Friday, bombillas de colores y Reyes Magos y Olentzeros. Nuestra sociedad es una fiesta continua y todas las autoridades se encargan de alentarlas; el diez o veinte por ciento de pobreza severa no es más que un daño colateral; unos pasan por encima de ella como elefantes en una cacharrería y otros como entre ascuas.

También han mejorado las cifras de desempleo y las coberturas de la Renta Garantizada, los desahucios disminuyen y existen ayudas para evitar la pobreza energética. Pero no todo el empleo da acceso a una suficiente cobertura de las necesidades ni es garantía de derechos ni es durable como para asentar en él un proyecto vital, nos mantiene en la precariedad, en vilo y sin salir del agujero. En ocasiones empleo y Renta Garantizada se complementan, pero tampoco alcanza. La disminución de los desahucios no indica que se haya solucionado ni mejorado el problema de la vivienda, sino que su centro de gravedad se está desplazando. Ni las ayudas contra la pobreza energética evitan el frío agudo y continuado.

Vivimos en una sociedad tan perversa que es capaz de tragarse todo lo que le echen, cualquier medida la convierte en “más madera”. Combate el paro con empleo basura y cualquier ayuda pública va a parar a sus arcas aliviando, como de paso y muy levemente a los en teoría destinatarios.

El sistema es especulativo y voraz, y sin ponerle coto y freno ninguna medida paliativa tendrá efectos suficientes, sino que irá a parar rápidamente a sus sumideros, convirtiéndose en otra forma de trasvase a su bolsillo de dinero público.

Se trata, se trataría, de embridar este sistema que nos devora: legislación laboral, banca pública, política pública y social de vivienda y necesidades básicas… no se trata de fomentar las ayudas públicas que den acceso al mercado, o por lo menos no solo, sino de intervenir en el mercado, de regularlo, de impedirle sus desmanes. O lo que es lo mismo, se trata de revertir el proceso privatizador. Limpiezas, transportes, comunicaciones, energía, banca… han sido parcial o totalmente públicos hasta no hace mucho. Lo público intervenía en el mercado, impidiendo que se dejase llevar por su desenfreno, y sin dejar al albedrío de éste las necesidades más básicas.

Lo privatizaron, nos lo robaron con la complicidad de los políticos, que no se preocuparon más que de garantizarse un sillón en sus consejos de administración, y con la pasividad social. Y si no lo invertimos, el proceso privatizador seguirá con la educación, la sanidad, el agua… El capitalismo en crisis lo necesita en este momento de sobreproducción y sobre-explotación de recursos a la que ha llegado y nos ha traído. Para mantener su acumulación precisa ir devorándolo todo, convertir en negocio y fuente de beneficios todas nuestras necesidades y el conjunto de nuestras vidas. Y tampoco esto le bastará, cuando se lo haya comido todo, seguirá necesitando más.

Por eso las medidas paliativas no son suficientes. Las políticas del cambio no pueden quedarse en más ayudas y subvenciones. Puede que sea necesario llevarlas a cabo provisionalmente, pero sin unos cambios de mayor calado, lo privado, cada vez más exigente, seguirá comiéndose a lo público, que irá adelgazando, hasta incapacitarse para cumplir el mero papel paliativo. Esos cambios de fondo necesarios no van a ser emprendidos por ninguna instancia política, tampoco parece que como sociedad estemos dispuestos a impulsarlos.

Mientras tanto, la crisis no solo no remite, sino que cada vez nos lleva a una situación más crítica: más dura y más sin retorno

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